Cuaderno de Homenajes
- Julio Gilberto Muñiz
- 11 jun 2024
- 37 Min. de lectura
Actualizado: 12 jun 2024
VALENTÍN PANIAGUA CORAZAO
UN EJEMPLO PARA SEGUIR
23 de septiembre de 2021
Valentín Paniagua Corazao partió a la eternidad un día como hoy. Su noble espíritu y su fecundo mensaje viven con nosotros.
Valentín alcanzó en vida las tres más elevadas dimensiones como persona humana clasificadas con singular pulso por el maestro Xavier Zubiri, quien afirma que las dimensiones humanas miden la capacidad individual, social e histórica de una persona”; y, agrega: “la dimensión humana es la forma, transformación, inquietud, desenvolvimiento, interés, actitud, agilidad, estabilidad y comprensión en todo aquello que envuelve al individuo en su entorno”. Intentaremos esbozar, entonces, algunas líneas de la esencia y propiedad característica de ser humano que fue nuestro recordado amigo.
Pocos son los peruanos que han conocido en el mismo tiempo y en el mismo espacio esas tres dimensiones de persona humana. No se trata aquí de compararlo con otras personalidades de igual o similar grandeza. Tampoco podríamos hacer, en una circunstancia como esta, un análisis acucioso de cada una de las tres cumbres que él alcanzó. Esa es tarea de los especialistas que con toda seguridad están trabajando para poner en valor la obra dejada por el esclarecido demócrata. A nosotros nos toca solamente concentrarnos en el tímido intento de formular una apretada síntesis de su vigorosa existencia que honra a su familia, enaltece al Cusco y llena de orgullo al Perú.
Valentín Paniagua Corazao como ya lo dijera Monseñor Juan Luis Cipriani, “era un hombre bueno”. Su bondad, sin embargo, tenía el respaldo de una fuerte personalidad con una inagotable dosis de brío y valentía que le servían para ser siempre equilibrado y justo. Su sola presencia de hombre ordenado y prudente inspiraba confianza y respeto que se traducían en afecto, instrumentos indispensables para mantener abierta la puerta de la amistad. El sabía ser amigo y siempre tenía una palabra apropiada hasta para decir no. Fue un hombre de una honradez acrisolada, con gran tino y coraje como afirmara el doctor ilustre filosofo Francisco Miro Quesada Cantuarías: “Digo coraje, porque tuvo el valor de juzgar y encarcelar a los principales miembros de las Fuerzas Armadas, que apoyaron al corrupto régimen fujimontesinista “.
El caro amigo, Valentín, era una persona que vivía perfectamente conectada con la naturaleza a la que empezó a amar desde que hizo contacto con la vida. El mundo de su infancia, fue un soleado amanecer urubambino que el recordaba con singular afecto. Su señora madre, una matrona de estirpe, heredera de un hogar cusqueño honorable, mujer de fino trato y exquisita personalidad. El propio Valentín la retrataba “amable, bondadosa y muy recta, con un rostro bello y unos ojos verdes que eran todo un poema”. Su padre, un lago azul de contagiosa paz, pensador, sereno, ponderado, amoroso.
La juventud de nuestro homenajeado estaba repleta de amistades, entregada al estudio con grandes proyecciones para asumir las más difíciles tareas en el mundo de la política y de la cátedra universitaria y sus años maduros dedicados en exclusividad a convertirse en el sembrador de ideas y de ejemplos y, además, como si ello fuera poco, para servir a su pueblo en los más altos cargos que un ciudadano pueda aspirar. Fue un insigne jurisconsulto y constitucionalista, dos veces presidente del Congreso, dos veces Ministro de estado en el gobierno del arquitecto Fernando Belaunde Terry y Presidente Constitucional de la Republica. Se le consideraba un experto en cuestiones agrarias, tema en el que hizo aportes sustantivos desde sus horas tempranas de estudiante y político. Su cerebro privilegiado almacenaba información que organizaba con inusual criterio para utilizarla en beneficio de la comunidad. Todo ello, gracias a que contaba con una excelente memoria y una inteligencia superior, dos valiosos instrumentos reservados para mentes brillantes y al mismo tiempo desprendidas.
Valentín, en su fructífera vida, tomó altura para fundir sus ideas con otras mentes lúcidas del mundo intelectual que le ayudaban a diagnosticar las dolencias de la patria y a proponer soluciones justas, apropiadas, convenientes y equitativas.
El maestro cusqueño se acercó al dominio de la producción del Filósofo de este tiempo Norberto Bobbio con cuyas reflexiones coincidía. En efecto, pocos son los demócratas del mundo que han penetrado con tanta profundidad en el pensamiento de Norberto Bobbio. Precisamente, el analista y colega suyo Lorenzo Córdova Vianello, al comentar la obra magistral de nuestro homenajeado sobre el tema “Democracia y política en el pensamiento de Norberto Bobbio, escribió: “La obra de Paniagua, lejos de ser meramente descriptiva, utiliza las reflexiones de Bobbio y las suscribe para evidenciar algunos de los problemas más delicados que enfrentan las democracias latinoamericanas, como por ejemplo, el de la pauperización y la creciente desigualdad de nuestras sociedades producidas por las políticas económicas imperantes”.
Cuánta falta le hace al pueblo peruano penetrar en la hondura del mensaje integrador y constructor de Paniagua. Felizmente sus principales pensamientos y recetas han quedado escritos, patrimonio invalorable de su elevada e histórica dimensión humana. Ellos son un legado a su pueblo que, con toda seguridad, sabrá aprovechar para encontrar su destino. Porque el patricio vivía preocupado de la realidad de su país y dedicaba la mayor parte de su tiempo a examinar las razones de sus dolencias y a buscar las fórmulas apropiadas para darle una vuelta de hoja a un sistema político económico agotado y cada vez más injusto. Valentín conoció en sus adentros las intimidades de la comunidad, particularmente las del Cusco donde vivió la patria con toda su hondura y significación. En sus continuas reflexiones, Paniagua decía: “El Perú está lastimado y herido por la inmoralidad y la arbitrariedad”. Sin embargo, agregaba, “hay un Perú germinal, un Perú limpio en su origen y en su destino, un Perú dormido pero vivo y latente, al que hay que despertar y poner en pie para emprender el camino de su historia y de su gloria”. Y dirigiéndose a las tiendas políticas contrarias, afirmaba: “Cuando todas las esperanzas han naufragado está ese sentimiento que a todos nos hermana y nos dice que más allá de nuestras diferencias tenemos una vida en común, un pedazo de sueño que compartir”.
Las más grandes batallas que libró desde muy joven sin ceder un palmo de terreno fueron por la defensa de la constitucionalidad. Por eso, vislumbrando como cercano su gran viaje a la eternidad, en una histórica reunión con los estudiantes de la Universidad de San Marcos, como señalándoles el camino que debieran seguir sin perder el aliento, les dijo: “Yo les transmito a ustedes esa experiencia vivida a lo largo de una vida, de una prolongada militancia política y una lucha: es cierto, tal vez ésa sea mi única virtud mantenida indeclinablemente en defensa de la libertad contra la arbitrariedad, en defensa de la constitucionalidad. El día que el Perú entienda eso, dará un salto gigantesco y por eso yo quiero felicitar a los miembros de la Comisión de Bases de Reforma Constitucional, porque han tenido el enorme acierto de proponer que en el Preámbulo de la nueva Constitución, que esperemos nos dé el Congreso, se declare la necesidad y se exalte el significado del sentimiento constitucional como un principio fundamental de vida para la nación peruana”.
Paniagua Corazao era un hombre sabio y respondía con creces a las características de la sabiduría, señaladas por Johann Kaspar; porque escuchaba a todos con mucha atención y respeto, porque sus preguntas, cuando tenía que hacerlas, eran razonables y respetuosas, porque sus respuestas y opiniones, aún en los debates más fogosos, eran persuasivas antes que hirientes; y, porque se mantenía en silencio cuando él estimaba que no tenía nada más que decir. Aquí podríamos hacer un alto para intentar un diálogo con el poderoso espíritu de Valentín que debe estar honrándonos con su presencia permanente en este acto de fe y de esperanza, esa esperanza que lo alentaba a creer que los peruanos podríamos hacer más de lo que ya hicimos desde tiempos inmemoriales y podríamos proyectarnos a niveles de luz de alborada. Repitamos con él y para él esa oración que es toda una Biblia escrita por el sabio Lao Tsé en el año 23 del reinado de Zhao:
“Sabio es el que conoce a los demás. Iluminado, el que se conoce a sí mismo. Fuerte es el que vence a los otros. Poderoso, el que se vence a sí mismo. Rico es el que conoce la alegría. Hombre de voluntad, el que se mantiene en su camino. Sé humilde, y permanecerás íntegro. Inclínate, y permanecerás recto. Vacíate, y permanecerás lleno. Gástate, y permanecerás nuevo. El sabio no se exhibe, y por eso brilla. No quiere destacar, y por eso destaca. No se aprecia, y por eso es apreciado. Y porque no compite, nadie en el mundo puede competir con él”.
Gracias Valentín por señalarnos el camino.
©Julio Gilberto Muñiz Caparó
Homenaje a Mario Daniel Cutimbo Hinojosa
Por Julio Gilberto Muñiz Caparó
22 de enero de 2016
Honorable Alcalde del Concejo Provincial del Cusco, doctor Carlos Moscoso;
Querido y caro amigo don Mario Daniel Cutimbo Hinojosa
Distinguidos invitados
señores:
Agradezco emocionado la gentileza que han tenido mis sobrinos Edgar, Priscila, María Esther y Gustavo de otorgarme el honor de expresar mis sentimientos que son los de todos los amigos de Mario Daniel, en este singular homenaje de gratitud y reconocimiento que le tributa el Concejo provincial del Cusco en nombre de la ciudad eterna. Lo hago impulsado por nuestro afecto fraternal que se ha ido fortaleciendo a través de estos años de serena madurez y de profundo y mutuo respeto. Es para mí un privilegio haber sido el elegido para acompañarlo en un momento tan trascendental en su vida.
Mario Daniel, ya lo dije en otra oportunidad, es un inagotable proveedor de luz, una fuente que no sólo fluye conocimiento; es una especie de surtidor de ideas, de conceptos y de sentimientos que vierten bondad, armonía y ponderación, expresados con gran sencillez y humildad, conducta que la adquirió estudiando la Biblia, su mejor consejera y siguiendo a Cristo su Maestro y Guía desde muy temprana edad. Es, sobre todo, una chispa solar de amistad que la entrega sin reservas y la recibe a raudales. Ello se transparenta a lo largo de sus fecundos 90 años vividos en las entrañas de la riqueza espiritual, toda una mina proveedora de solidaridad recogida en las enseñanzas ancestrales. Mario es también, cómo no, un sembrador y cultivador de vida en simpatía y rectitud mantenida invariablemente durante estos copiosos años de vida que han servido de alimento para muchos amigos y en particular para el suscrito que se honra de verdad con su afecto y su respaldo moral. Como él mismo acredita: fácil es conseguir amigos; lo difícil es conservarlos. Una de las más gratas lecciones de amistad que me hizo, fue cuando me dedicó su primer libro. Decía: “Para Gilberto Muñiz Caparó, el amigo que yo escogí. Hermosa frase que encierra en cinco palabras la filosofía de la amistad.
Yo conocí a Mario Daniel en el año 1970, gracias a otro entrañable y viejo amigo del alma, Antón Ponce de León Paiva. Fue cuando decidí plantar bandera en el Cusco después de atravesar largos trechos de juventud y aventura. Antón era Gerente de Panamericana Televisión y yo impulsaba radio El Sur, la radio de mis grandes querencias y recuerdos. Al primer estrechón de manos sentimos, Antón y yo, que habíamos sido enlazados por una larga e invariable amistad. A partir de entonces no hemos hecho otra cosa que alimentar esa empatía y avivar ese fuego. Cuando Antón me presentó a Mario Daniel, ya eran viejos, muy viejos amigos. Tanto que entre ellos se bromeaban. Antón le decía, tú ya eras adolescente cuando las culebras vestían con chaleco y los pingüinos usaban escarpines. Mario le contestaba: Tu ya pagabas servicios eléctricos cuando Dios dijo Hágase la luz”. Ese mismo año, Mario y Antón me invitaron a una reunión esotérica donde conocí a Justo Huaco Sánchez otro grande amigo que hoy, por razones de salud, no está presente. Desde entonces, los cuatro, espiritual o físicamente siempre estamos unidos.
Mario Daniel Cutimbo Hinojosa nació el 23 de enero de 1926. Es el primogénito de un macizo hogar conformado por don Carlos Barromeo Fernández Cutimbo Torres y doña María Candelaria Hinojosa Pinazo, hijos del Qollasuyu establecidos en una pequeña finca rústica de 10 hectáreas enclavadas en la parcialidad de Percca, la península sagrada del Titicaca, el lago más alto del mundo.
Cuenta Mario que en su niñez, hasta los 12 años de edad, todo era alegría, bienestar y abundancia, porque la tierra le era pródiga. Vivía con sus padres y hermanos en una casa hacienda de estructura señorial, con nutridos jardines, muchos árboles de belleza originaria, una armoniosa andenería trabajada en tiempos remotos, terrenos de cultivo y un enorme pastizal. La familia cultivaba cebada, quinua, papas, ollucos y se beneficiaba con la crianza de ovinos, vacunos, équidos, aves de corral, porcinos y cuyes. Sin embargo, a partir de 1937, la situación climática empezó a tornarse insoportable por efecto de repetidas sequías que, en complicidad con las heladas y las granizadas, fueron convirtiendo ese pequeño paraíso en un páramo donde solo crecía la escasez. Mario fue testigo de cómo muchos campesinos de la zona se iban consumiendo en miseria y cómo su familia quedó atrapada por el desamparo de la naturaleza y acosada por las carencias. “No más fiestas de cosecha ni de esquila; no más leche tomada al pie de la vaca”. Así fue que tuvieron que cambiar de domicilio y de destino. La familia fijó nueva residencia en la ciudad de Puno donde conoció indecibles privaciones.
Fue doña María Candelaria quien diseñó y orientó el camino de los Cutimbo, en especial el de Mario, el primogénito, determinando que continuara sus estudios secundarios, primero y universitarios más tarde. La digna matrona soñaba verlo convertido en un probo y paradigmático abogado. Desde los 14 años, Mario frecuentaba sendas reuniones bíblicas en la Iglesia Bautista, abrazando la religión evangélica que, según propio testimonio, forjó en él una conducta sobria, equilibrada, abstinente y envuelta en valores espirituales superiores. Gracias a su madre aprendió a comer con ganas todo lo que se le servía, debiendo quedar el plato completamente limpio porque dejar sobras era insultar a millones de desdichados que se van a dormir sin haberse alimentado.
Cuando Mario Daniel cumplió 17 años, había tenido que enfrentar otro gran trance hogareño. Mientras su padre, don Carlos, insistía en convertirlo en un pasivo labriego, su madre, doña María Candelaria, se había empeñado en conseguir que alcanzara una profesión. Severa y autoritaria --inclusive con el esposo-- desempeñaba a las mil maravillas un matriarcado donde primaba el orden y la disciplina y exigía, sin alternativas, obediencia y respeto. Fue en el año 1947 que se marcó el hito decisivo en la vida de nuestro homenajeado. No habiendo universidad en Puno y para cumplir aunque no a cabalidad los anhelos de su progenitora, sin contar con recursos siquiera mínimos, Mario pisó tierra cusqueña con recursos casi al cero masticando entre dientes el pensamiento alentador que dice: “Dios proveerá”. Se instaló en un Tambo del Mercado Central, una habitación con piso de tierra húmeda donde se van acomodando los desposeídos. Al día siguiente, un amigo a quien le decían “Pato Loaiza”, lo invitó a compartir su habitación con piso entablado, buen ropero, alacena, mesa, sillas y servicios higiénicos. Todo un palacio comparado con el tambo de la noche anterior. Ya en la Universidad, se encontró con una nueva sorpresa: su partida de nacimiento aparecía como hijo de don Carlos Fernández Cutimbo, pero sus certificados decían que él era Mario Daniel Cutimbo Hinojosa. --Nunca me enteré como hizo mi madre, pero logró a tiempo la rectificación y, desde entonces, soy para el mundo Mario Daniel Cutimbo Hinojosa y no Mario Daniel Fernández Cutimbo Hinojoza como debería ser—cuenta el gran amigo con marcado orgullo.
Nuestro ilustre agasajado cuenta con lujo de detalles los avatares del examen de ingreso a la universidad. Tras superar dos pruebas eliminatorias, el grupo de concursantes fue instado a desarrollar y comentar una obra literaria. El jurado anunció que el alumno seria eliminado si se le descubriera 10 faltas ortográficas. Mario quedó entornillado en la carpeta sin atinar a nada porque nunca había leído obra alguna que mereciera un desarrollo de tal naturaleza. Transcurridos 10 minutos de aturdimiento y desánimo, de pronto se iluminó: ¡La Biblia! –pensó— La Biblia es la obra literaria por excelencia. Contiene un plan de vida y de redención para el hombre. La Biblia es --reflexionó—la respuesta a todas las interrogantes. Y de inmediato dejó correr su lapicero para narrar y comentar el Antiguo y Nuevo Testamento con 39 y 27 libros. Dice Mario que sintió el arrobamiento emocional y, lleno de gozo, concluyó cuatro carillas advirtiendo que aún le faltaba mucho que decir. Tuvo, entonces, que reducir el tamaño de la letra para que entraran dos líneas en cada renglón. Recién al entregar su examen se dio cuenta de que tal vez podía tener muchas faltas ortográficas por la amplitud del documento. A la hora de conocerse los resultados, el comentario general fue que el primer puesto lo había alcanzado un cura. Ese cura resultó ser Mario Daniel cuanto más alegre, más impresionado.
Se graduó en Pedagogía en mayo de 1954, sintiendo profunda pena porque su madre nunca dejó de reclamarle que su verdadera vocación estaba en la abogacía. Hizo su carrera trabajando, estudiando y cultivando un hogar ejemplar formado con la distinguida matrona Bridget Elva Gil Villafuerte, una bella joven cusqueña muy laboriosa con dotes artísticas de elevada dimensión. Mujer de temple, ejemplo de madre y de gran inspiración artística que se traduce en sus pinturas de notable ejecución y estilo. Doña Elva tenía también otras virtudes como el canto, la costura y el bordado, habilidades que sirvieron de mucho en la edificación del hogar. La pareja Cutimbo Gil es evidencia de cómo se puede vivir bien, con sencillez, con decoro y sin afectación cuando el hogar es moralmente sólido y equilibrado. Ello se puede colegir cuando el mismo Mario acepta que supo administrar sus limitados ingresos como pedagogo haciendo una cuidadosa distribución de recursos mensuales: 55 por ciento para alimentación, 20 por ciento vivienda, 10 por ciento educación, 15 por ciento salud y recreación. Todos los meses compraba un libro, un disco de música clásica. Nunca dejó de comprar periódicos, las revistas “Selecciones” y “Life” estableciendo como norma invariable en tiempos de colegio hacer camping o piscina los días sábados, exigiendo a cambio asistencia y puntualidad a las escuelas de música, inglés y natación. El presupuesto fijado con espíritu comunitario le permite actualmente hacer una donación mensual simbólica en favor de Radio Sol Armonía de Lima, la única emisora cultural del país.
Mario y Elva formaron y educaron con gran dedicación a sus cuatro hijos: Edgar Elías Cutimbo Gil, hoy un distinguido ingeniero industrial ganado en el más alto nivel por la industria cervecera mundial; Damaris Priscila Cutimbo Gil, comunicadora social, empresaria dinámica con excelente desarrollo social a través de calificadas instituciones organizadas en la sociedad civil del Cusco; María Esther Cutimbo Gil, contadora y economista de profesión, experta en estadística, ha desempeñado cargos directivos de altísima responsabilidad en el Instituto Nacional de Estadística del Perú (INEI), trabajó en el Banco Mundial en Washington y actualmente es Asesora de la Agencia Peruana de Cooperación Internacional con sede en Lima; y, Elí Gustavo Cutimbo Gil, músico y compositor de singulares cualidades, coleccionista muy riguroso de la buena música y director del grupo musical “Expresión”.
Nuestro homenajeado es, a no dudarlo, un hombre de una vasta cultura y erudición. Su magisterio aparece nítidamente cuando resuelve los problemas con la misma rapidez y soltura que llena los genio gramas más difíciles planteados semanalmente por el diario El Comercio. Será por eso que para él, la vida en familia es toda una Pirámide de moral, de austeridad, de decencia y honestidad. Un hogar abonado por la sencillez y presidido por una humildad cristiana por antonomasia.
Desde el día que se graduó, peldaño a peldaño ascendió hasta alcanzar el alto cargo de Director del Glorioso Colegio Nacional de Ciencias, puesto ganado por concurso de méritos, habiendo sido condecorado con las Palmas Magisteriales por el Ministerio de Educación. Es miembro acreditado de importantes organizaciones filosóficas y culturales del país y ha ocupado cargos de gran responsabilidad en la vida cívica y social de esta colectividad. Fue Inspector de Cultura del Concejo Provincial del Cusco en los años setenta, donde tuvo descollante y loable actuación.
Es en esta parte de mi intervención que me toca dejar un rendido testimonio de gratitud porque Mario Daniel Cutimbo Hinojosa fue uno de los pilares de la honrosa gestión que me tocó desempeñar como Alcalde del Cusco entre los años de 1976 y 1980. El 9 de junio de 1978, en recordada e histórica sesión extraordinaria municipal, se aprobó por unanimidad la Resolución N° 17 que oficializaba la Bandera del Cusco. La Moción suscrita y fundamentada por el regidor Mario Cutimbo Hinojosa había sido examinada por un grupo de estudiosos de la materia presididos por el doctor Alfredo Yépez Miranda. El tema de la Bandera del Cusco también se había consultado con el grupo de asesores con los que contaba el suscrito. Ellos fueron: doctor Rodolfo Zamalloa Loaiza, doctor Daniel Estrada, Arquitecto Víctor Pimentel, Ingeniero Carlos Chacón Galindo, entre otros. El ilustre Concejal Inspector de Cultura, Mario Daniel Cutimbo Hinojosa, en brillante exposición, solicitó se acuerde que la llamada Bandera del Tawantinsuyu, fuera reconocida como emblema del Cusco, oficializando los colores del arco iris, fuente de la más pura simbología de la Civilización Andina. Destacó como argumento válido que también los conquistadores europeos lo consagraron como símbolo del nuevo pacto entre Dios y la nueva generación representada por los descendientes de Noé después del Diluvio Universal. Se trata, dijo, de un símbolo que representa el mestizaje social, cultural y económico nacional. Recordó que la Civilización Andina está vigente y siempre tuvo al Sol como su principal centro de adoración. Concretamente, dijo, en la cosmogonía y panteón de los Incas, el arco iris, tuvo lugar de privilegio como divinidad. La Bandera del Cusco fue izada con grandes honores al medio día del 23 de junio de 1978. Estaban presentes las autoridades y el pueblo en general.
En una municipalidad austera y sin recursos, Mario Cutimbo se las ingenió para conseguir que la Asociación de Cinemas aprobara un incremento de 10 céntimos por boleto de entrada, recursos que sirvieron para mejorar sustantivamente la Biblioteca Municipal. Paralelamente organizó la Asociación Amigos de la Biblioteca, institución que presidida por el doctor Enrique Holgado Valer acopió a través de donaciones más de 3 mil volúmenes.
En realidad, ya lo dijimos antes, Mario, es un libro abierto, nutrido de páginas de gran contenido humano, de enorme consistencia espiritual, de formidable estructura moral, de sólida formación intelectual y de un fecundo y permanente buen humor alimentado con un inagotable anecdotario que lo tiene a flor de labios. Nadie que haya tenido la oportunidad de conversar detenidamente con él, podrá negarme el derecho de afirmarlo, porque con Mario Daniel se puede abordar cualquier tema sin ningún riesgo de enredarse en la trivialidad, gozando al mismo tiempo de una charla provechosa, entretenida, amena y matizada con apuntes y curiosidades de la vida real. Con Mario Cutimbo se cumple al pie de la letra la praxis pedagógica, según la cual, el ser humano debe educarse mientras se entretiene y debe entretenerse mientras se educa. La pedagogía sirvió a Mario Daniel no solo para hacer un sacerdocio de la enseñanza sino como simiente para sembrar luz en su familia, en sus alumnos, en sus amigos y en la sociedad; carrera que abrazó con gran vocación para seguir cultivando valores y principios recogidos en el hogar de sus padres a orillas del Lago Titicaca en Puno, donde nació.
Por todo ello, es importante y meritorio el gesto del honorable Alcalde del Cusco doctor Carlos Moscoso quien, a nombre de la ciudad, le tributa este homenaje de reconocimiento, al que nosotros sus amigos, nos sumamos con gratitud y alegría. Satisface y entusiasma saber que el caro amigo Mario Daniel Cutimbo Hinojosa ha cumplido 90 años de una vida fecunda apuntalada por el prestigio moral e intelectual que muy pocos alcanzan y nos llena de emoción saber que se encuentra dispuesto a seguir trotando en este horizonte de amistad y afecto que le otorga la vida. En hora buena Hermano, Maestro, Amigo, Luz y Guía. Muchas gracias. Julio Gilberto Muñiz Caparó
03.12.2019
A Rodolfo Zamalloa Loaiza
Testimonio
Julio Gilberto Muñiz Caparó
Agradezco emocionado la gentileza que ha tenido la distinguida familia de Rodolfo Zamalloa Loaiza otorgándome el honor de expresar mis sentimientos en esta singular ceremonia de admiración y respeto a su imperecedera memoria. Lo hago impulsado por nuestro afecto fraternal que se fortaleció en nuestros años de serena madurez y de profundo y mutuo respeto. Es para mí un privilegio haber sido uno de los elegidos para dedicarle estas palabras que estoy seguro llegarán a los recónditos de su alma luminosa.
El 4 de diciembre del año 1919, nació en el Cusco Rodolfo Zamalloa Loaiza, un ser humano destinado a ligarse profundamente con la historia de su terruño, elevada tarea que la cumplió sin extenuarse, en el marco de una vida de íntegra sencillez y transparente grandeza. Era un ser humano proveedor de luz, una fuente de conocimientos que los entregaba con armonía y ponderación.
Nos toca en estos días conmemorar 100 años de su feliz nacimiento. Fueron sus padres don Daniel Zamalloa Galiano y doña Raimunda Loaiza Guzmán quienes lo formaron en el marco de una rigurosa probidad y templanza. Rodolfo Zamalloa Loaiza, en su fecunda vida, honró al Cusco y este glorioso pueblo con gratitud y generosidad le otorgó su reconocimiento y hoy lo guarda en la privilegiada lista de los cusqueños honorables y predilectos.
Desde hace diez años, su espíritu comparte la Gloria de Dios y su recuerdo crece en nuestra memoria con la potencia de su paradigmático legado. Contrajo matrimonio con la virtuosa matrona señora Gloria Dianderas Córdova, formando un hogar de dimensiones ejemplares. Fue padre de Jorge Zamalloa, Gladys Zamalloa de Gonzales, Daniel Zamalloa, Jenny Zamalloa de Allain y Delmy Zamalloa. Cada uno brilla con luz propia y son el espejo de la herencia recibida. Gracias a ellos, los esposos Zamalloa Dianderas fueron premiados con una descendencia de 12 nietos y 8 bisnietos que siguen la huella y hacen el camino trazado por un hogar bien cimentado. Fue Rodolfo un tenaz luchador por la veracidad y la rectitud y lo hizo huyendo de la fama y del aplauso personal. Desde sus años de adolescente se mostró genuino y respetuoso de sus congéneres, sembrando confianza a lo largo de sus actividades profesionales, políticas, sociales y hogareñas. En una frase, Rodolfo Zamalloa Loaiza, fue un hombre honesto, una virtud que calzó con pulcritud en su elevada personalidad, considerando que ser “honesto” quiere decir: ser decente, ser decoroso, ser recatado, ser razonable, justo, probo, inquebrantable y honrado. Y si quisiéramos escarbar más en las honduras de su limpia trayectoria podríamos decir sin reservas que actuaba siempre con sinceridad y coherencia, respetando los valores de la justicia y la verdad.
Hablando de sus virtudes, habría que constreñirse al recuerdo del filósofo Diógenes que buscaba “un hombre” en plena luz del día con una tea encendida. Bien podría decirse que nuestro entrañable amigo habría sido sin duda el hombre que buscaba el sabio, porque nuestro homenajeado, en vida, practicó con alegría y naturalidad las virtudes éticas que lo hicieron amistoso, puntual en sus compromisos, invariable en sus determinaciones y tolerante en medio de una sociedad desigual. Su crecimiento espiritual le permitía ser equitativo en sus actos, persuasivo en sus diálogos y humilde en sus gestos. Su mejor arma era la bondad que la tenía presente con sus amigos, en su trabajo, en la iglesia, en el hogar y también, como no, con sus adversarios en la política. Rodolfo hablaba con el corazón, era un especialista en acortar distancias porque sonreía al dialogar y mostraba buena disposición para discrepar sin ofender. Evitaba la violencia y el insulto gracias a sus facultades para concertar. Alcanzaba objetivos sin atropellar; vivía en armonía con su propio ser y luchaba por el equilibrio y la paz humana. Amaba a la naturaleza y la protegía con el mismo empeño que defendía el patrimonio legado.
Se ha dicho siempre “que la vida es moralmente equilibrada si se tiene el hábito de la integridad por la cual el hombre se hace bueno”. Rodolfo fue un hombre bueno, de una exquisita sensibilidad para entender la vida y contribuir a mejorarla. Un demócrata cabal, un político ejemplar, un ciudadano notable. Es decir, se imponía la tarea de encontrar el justo medio entre dos plenitudes, lo cual lo convertía en beneficiario de la avenencia para compartir y la paciencia para discrepar.
Era Rodolfo Zamalloa Loaiza un contribuyente inquebrantable de la Iglesia Católica donde hacia crecer su espíritu con la intensa práctica de la fe, la esperanza y la caridad, mirando siempre a Altísimo. Su fe Cristiana que la recogió en su hogar paterno y en el Colegio San Francisco de Asís, donde hizo sus estudios primarios y secundarios, no sólo la exteriorizaba con absoluta limpieza a través de su asistencia invariable a los actos litúrgicos cotidianos sino por el trabajo comunal católico que desarrollaba sin descanso, haciendo aportes de carácter profesional cuando era menester y regocijándose en el servicio participativo de ayuda a las personas minusválidas y sin recursos. Su último mensaje, antes de su encuentro con Dios, fue pedir que su familia declinara respetuosamente la entrega de arreglos florales en su homenaje póstumo y que los montos correspondientes fueran donados a la capilla del Padre Montero. Ni siquiera en su velorio renunció a la humildad. Dice el diccionario que quien obra con sumisión nunca se vanagloria de sus acciones, rechaza la ostentosidad, la arrogancia, el orgullo y prefiere ejercitar valores como la modestia, la sobriedad y la mesura.
Rodolfo Zamalloa Loaiza estudió en las facultades de letras y derecho en la universidad San Antonio Abad del Cusco donde se graduó de abogado en 1950. Dedicó los mejores años de su vida a la enseñanza en la cátedra universitaria y al ejercicio de su profesión de abogado en la especialidad de Derecho Mercantil y Ciencias Económicas y Comerciales. Fue delegado estudiantil ante el consejo universitario, Asesor sindical y activista cultural. Su carrera docente comprende cátedras en las facultades de derecho y ciencias económicas y comerciales de la UNSAAC. Fue Gerente de la Cámara de Comercio del Cusco, Director de la Sociedad de Beneficencia Pública, Director del Diario El Sol y cofundador de la Compañía de Bomberos, entre otras importantes responsabilidades que desempeñó con gran dinamismo, promoviendo campañas de desarrollo local y regional. Fue coautor e inspirador de la ley 12800 que creó la Corporación de Reconstrucción y Fomento del Cusco, pilar fundamental para la reconstrucción de la ciudad destruida por el terremoto de 1950. Esta ley sirvió de antecedente para la creación de otras corporaciones en el país y por lo tanto, fue el pionero de la descentralización del Perú. La Corporación de Reconstrucción del Cusco significó un singular crecimiento de la ciudad y permitió la restauración de los monumentos destruidos por la hecatombe de 1950.
Fue Diputado por el Cusco en los periodos 63-68 y 80-85 gobernados por el Presidente Fernando Belaunde Terry, destacándose nítidamente como uno de los legisladores que mayor aporte hizo en ambos períodos a la elaboración y debate de leyes de trascendencia nacional y regional. Rodolfo cumplió con capacidad y solvencia las elevadas tareas encomendadas por el pueblo que le entregó su confianza con abrumadora votación. Participó con eficiencia y sabiduría en los debates, a veces intensos, referidos a la dación de leyes en beneficio del país y en defensa de los sagrados intereses del Cusco. Sus aportes forman parte del Diario de los Debates del Congreso de la República, muchos de ellos convertidos en leyes vigentes relacionadas con el presupuesto nacional, la fiscalización, la prevención del delito, la descentralización y la defensa y conservación del patrimonio.
Fue impulsor de la construcción del aeropuerto de Quispiquilla, del registro fonográfico de la obra de los cuatro grandes de la música; coautor de la Ley General de Cooperativas 15260 y autor de la Ley 23765 que declaró a “Cusco Patrimonio Cultural de la Nación”. Fue coautor de la inscripción en la lista del patrimonio mundial de la UNESCO que declaró a Cusco y Machu Picchu “Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad”, así como de la ley que confirió al Cusco el título de “Capital Turística del Perú”. Fue gestor de la restauración de la casa del inca Garcilaso de la Vega, promotor del feriado para las fiestas del Corpus Christie en las ciudades de cusco y Cajamarca. Tuvo destacado desempeño como miembro honorario de la Academia de la Lengua Quechua, como integrante del Instituto Americano de Arte y como miembro de la Fundación Arqueológica Ernesto Gunther. Por su convicción religiosa fue fundador del Movimiento Familiar Cristiano del Cusco; integrante de la Asociación Populorum Progresum de la Arquidiócesis y Asesor legal de diversas órdenes católicas. Fue condecorado por los gobiernos de Manuel Prado y Fernando Belaunde Terry y premiado por numerosas instituciones.
Nuestro ilustre homenajeado desempeñó una tarea fundamental como Asesor Principal de la Gestión Municipal del 1976 a 1979, participando decididamente en los históricos cabildos abiertos realizados por el pueblo del Cusco. En aquella oportunidad, se lograron metas muy importantes en beneficio del Cusco eterno, concretadas en la creación del Boleto Turístico, EMUFEC, la Bandera del Cusco, la iniciación de la carretera Cusco Nasca Desaguadero, la ampliación de la Hidroeléctrica de Machu Picchu, entre otras. Rodolfo Zamalloa Loaiza, fue, en fin, un amigo, un hermano, un maestro diligente, un cusqueñista infatigable, un jurista y legislador de prominente desarrollo, un demócrata de convicción, un político de impecable trayectoria, un militante del cooperativismo que lo confirmó creando y dando leyes reguladoras de reciprocidad y correspondencia de inspiración andina. Su espíritu formado en las canteras de la solidaridad y la participación, le permitía recoger las enseñanzas cristianas y adherirse a “la Ley de la hermandad” cuyo pensamiento abrazó con todas las fuerzas de su alma. Su metodología de vida basada en la oración y en sembrar concordia, lo hizo crecer en generosidad. Siempre estaba dispuesto a brindarse por entero al amigo que aun sin pedírselo necesitaba de su ayuda.
Al terminar esta intervención, permítanme apelar a la sabiduría de Lao TSE quien, alguna vez, dijo: “la amabilidad en las palabras crea confianza. La amabilidad en el pensamiento crea profundidad. La bondad de dar, crea AMOR,
¡Que Dios te guarde siempre! Querido Rodolfo.
HOMENAJE POSTUMO A JAVIER ALVA ORLANDINI
La columna vertebral del partido Acción Popular, el maestro amigo, correligionario JAVIER ALVA ORLANDINI ha emprendido camino a la eternidad tras conducir una vida repleta de realizaciones y triunfos en beneficio de la comunidad. Javier ejerció con sapiencia y limpieza un Magisterio entrañable y generoso dando ejemplo de solidez espiritual y luminosa sabiduría a su familia, a sus correligionarios y a su amado pueblo. Dedicó su vida a sembrar patriotismo con libertad, con sacerdocio y templanza propios de su indomable carácter. Lo hizo desde muy joven con tenacidad, con optimismo y convicción exhibiendo cordialidad y un excelente estado de ánimo.
El ínclito cajamarquino, por sus actos serenos y equilibrados y por sus gestos vigorosos y siempre magnánimos, fue un líder altamente confiable y digno del mayor respeto ciudadano. No hay personas, aun sus más conspicuos enemigos políticos, que sean capaces de desconocer su calidad humana, garantía de equidad y probidad en sus determinaciones partidarias, profesionales y familiares. Pero también es indispensable destacar que Javier Alva Orlandini guardó en su corazón un tesoro de amistad que lo fue acumulando en el provechoso tránsito de su fecunda vida. Javier como amigo era un Maestro y como Maestro era un invariable amigo iluminado por la lealtad.
Javier Alva, Conocía a fondo la realidad nacional, fue el más conspicuo creador del Frente Nacional de Juventudes en el año 1956 y con ese respaldo popular contribuyó cercanamente al nacimiento del Partido Político Acción Popular fundado por el dos veces Presidente Fernando Belaunde Terry.
Como correligionario fue, como ya lo dijimos, la columna vertebral del partido, un dirigente sin tacha, un organizador solvente y un ejemplo de probidad y equilibrio en el manejo de la cuestión pública. Javier Alva Orlandini (el famoso Lechuzón) fue un líder indiscutible del Partido. Contribuyó en primera fila a la construcción ideológica de “ACCION POPULAR” luchando por la edificación de un modelo de sociedad donde prime la justicia y el respeto por los derechos ciudadanos.
Javier fue un TRIBUNO que sustentó con elocuencia y conocimiento la ideología del partido buscando que en el Perú impere una sociedad donde el ciudadano sea libre y viva en democracia con la capacidad suficiente para realizarse dentro de una sociedad justa donde reine la tolerancia, el pluralismo y el decoro. Precisamente por ello, fue varias veces perseguido, acosado y apresado por las dictaduras con las que tuvo que enfrentarse con valor y dignidad. Como profesional y como político de larga trayectoria sirvió a la patria con integridad y eficiencia, habiendo alcanzado las más altas responsabilidades de gobierno. Fue un Jurista nacional de probada capacidad y excelencia; fue Diputado, Ministro de estado, Senador, Presidente del Senado, Vicepresidente de la Republica, Candidato a la Presidencia de la Republica y Presidente del Tribunal Constitucional del Perú. Como Legislador, fue autor de más de trescientas leyes de gran beneficio ciudadano, entre las que se destacan: La Ley de Política Nacional de Población (1985), El Código Penal (1991), El Código Procesal Penal (1991), El Código de Ejecución Penal (1991), El Código Procesal Civil (1992).
Saludamos con afecto invariable y gratitud fraterna a Javier Alva Orlandini que honró a su patria que le debe tanto. ©Copyright Julio Gilberto Muñiz Caparó
Homenaje a Luis E. Valcárcel
En nombre del Instituto Americano de Arte del Cusco, filial Lima, tengo el alto honor de hacer uso de la palabra, para tributar un merecido homenaje al insigne intelectual cusqueñista doctor Luis E. Valcárcel, considerado el Padre de la Antropología y de la Etnología y uno de los más firmes creadores y defensores de la llamada “Escuela indigenista del Perú”. Nacido en Ilo, Moquegua, se encarnó en el Cusco desde muy temprana edad, brindándose con denuedo y devoción a la enseñanza y a la investigación, así como a la defensa de los intereses regionales. Graduado en 1913 en la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco, donde ejerció la docencia desde 1917, fue el generador de una corriente investigatoria y científica a través de un magisterio acucioso y severo del mundo andino que determinó la creación del grupo “Resurgimiento” en 1927, por lo cual sufrió prisión y muchas incomprensiones. Eran tiempos, en los que hablar a favor del indio resultaba subversivo, por decir lo menos. Valcárcel, no sólo proponía una justa reivindicación del hombre andino que hasta entonces había sido escarnecido, martirizado, sometido y discriminado, sino que, hurgó en el estudio y el conocimiento de una civilización que, no obstante los golpes recibidos, seguía, como lo está ahora, erguida, vigorosa y latente.
Si bien hubo antecedentes indigenistas a partir de Narciso Aréstegui y Clorinda Matto de Turner, con piezas literarias que describieron los sufrimientos del hombre andino, el “indigenismo peruano”, en sus formas políticos y culturales, surgió como producto de la situación socio económico que vivía el país. “El indigenismo político” toma sus primeros impulsos con González Prada, Dora Mayer, Hildebrando Castro, José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre, entre otros. El Indigenismo Cultural que, esta vez, no sólo es literario, sino también ensayístico, investigador e intelectual, lo lidera con gran solvencia y profundidad de conocimiento el doctor Luis E. Valcárcel, en el que participa con brillo y lucidez el ilustre cusqueño doctor Uriel García, a quien, unas semanas atrás, nuestro Instituto le rindió un sentido homenaje.
El pensamiento de Valcárcel puede simplificarse cuando dice: “Destruido el Imperio, se formó una doble nacionalidad, la de los vencidos, rota y maltrecha sin conciencia colectiva y la de los vencedores, hombres blancos dedicados al enriquecimiento individual. La dualización étnica del Perú se presenta como el más grave problema de su vida política y social; esta heterogeneidad que los siglos no han podido conciliar, ni amenguar, es el peligro de que nuestro país no alcance en muchísimos años el grado de cultura de otros pueblos”. Valcárcel afirmaba: “la raza inka bajará de nuevo de los andes, reaparecerá esplendente, nimbada por sus eternos valores, con paso firme hacia un futuro de glorias ciertas”, mostrando así un indigenismo radical según el cual, sólo el indio podrá resolver los problemas del país.
En el año de 1930, surge la figura de José Uriel García enarbolando la bandera de “el nuevo indio”, como parte fundamental de la nacionalidad, explicando: “esta ya no es época de las razas ni del predominio de la sangre”. Hemos llegado a la época del dominio del espíritu sobre la raza”, dice Uriel García, intentando de ese modo, desmitificar el incanato para construir una nueva patria rescatando lo indio, lo mestizo e inclusive lo español. En opinión de algunos investigadores, Uriel García propone un Nuevo Indio como producto más de la actividad social y productiva de la tierra y de la herencia social e histórica que de la cultura racial o geográfica.
En 1927, Valcárcel alumbra “Tempestad en los Andes” que, a juicio de muchos críticos, resultó ser su producción más impactante. En ese documento, el maestro dijo: “Los Indios del Perú están listos para ocupar Lima”. “Lima no es el Perú, el Perú es Cusco”. Tempestad en los Andes fue prologada por José Carlos Mariátegui. El pensador dijo: “la empresa de Valcárcel, en esta obra, como lo juzgaría Unamuno, no es de profesor sino de profeta”, y agrega: “No se propone meramente registrar los hechos que anuncian o señalan la formación de nueva conciencia indígena, sino traducir su íntimo sentido histórico, ayudando a esa conciencia indígena a encontrarse y revelarse de sí misma. Valcárcel siente resucitar la raza keswa. El tema de su obra es esta resurrección, y no se prueba que un pueblo vive teorizando o razonando, sino mostrándolo viviente”, remata Mariátegui.
Tal vez allí esté el meollo del asunto: reconocer que la Cultura Andina está viva, robusta y vigente; y, como consecuencia, estar dispuesto a examinarla minuciosamente para, primero, conocer a conciencia lo que aconteció realmente con esta civilización que sufrió la embestida más brutal registrada por la historia; segundo, para alentar y promover la profundización del estudio de las diversas disciplinas desarrolladas por la civilización, las mismas que no sólo acrecientan el interés mundial por el pasado del Perú sino que, en muchos casos, son de aplicación, en particular para programas de salud, de alimentación y de organización social; y, finalmente, cederle el paso para que forme parte de la construcción del proceso de desarrollo del nuevo Perú.
El hombre, desde que fue sembrado en el planeta, ha dispuesto siempre de dos ventanas para mirar el mundo: una objetiva y otra subjetiva. Tal parece que la historia de la cultura andina se ha venido registrando sólo desde la perspectiva ajena, en forma parcializada, poco objetiva y con una enorme carga subjetiva occidental, que ejercitó y aún ejercita gran influencia en algunas mentes y corazones peruanos. Recién, a partir de la incursión de los llamados grupos indigenistas, entre los que figura en forma destacada el doctor Valcárcel, se ha tenido oportunidad de conocer con más profundidad el legado de los pueblos andinos. La Revista “Por la Voz de Tacna” dice al respecto que, “Valcárcel, con la ayuda de sus llamados apóstoles como Arturo Peralta, Teodoro Gutiérrez, Atusparia, Dora Mayer, Pedro Zulen y la contribución luminosa y severa de Uriel García, iniciaron una cruzada destinada a divulgar hechos históricos que la especulación occidental no había comprendido, que nuestra legislación no había incorporado y que la economía sólo la había explotado”. Allí también hay mucho que decir y qué hacer: la historia y la investigación de este Siglo debería desempolvarse de la influencia hispana interesada, recoger los nuevos descubrimientos, poner en valor los centenares de monumentos que aún están ocultos bajo tierra, divulgar las viejas enseñanzas andinas recogidas en la misma fuente y ponerlas al servicio de la ciencia y del desarrollo nacional.
Louis Baudin, en su libro “El Imperio Socialista de los Incas” dice que la Conquista del Perú por los españoles no es solamente uno de los dramas más impresionantes que el historiador pueda evocar; es también el más extraño espectáculo que se haya ofrecido jamás al economista. Dos civilizaciones, dos sistemas sociales, dos concepciones de vida chocaron entre sí; y ese choque determinó el derrumbamiento de un imperio”. Este derrumbamiento, decimos nosotros, representó la interrupción, la mutilación del avance de una civilización que a todas luces, en estos 500 años, hubiera tomado su propia ruta y tal vez hubiera sido paradigma de las demás civilizaciones. Porque ninguna cultura, hasta ahora, por ejemplo, ha podido resolver integralmente el problema del hambre como sí lo hizo la nuestra. Porque el pueblo andino respetó como ninguno el equilibrio ecológico, tema fundamental para la supervivencia humana, y desarrolló un basto conocimiento científico-tecnológico plasmado en las obras que legó al mundo. Fue la única organización social que ejercitó un sistema de almacenamiento que no se ha repetido en la historia. Este sistema permitía atender necesidades inmediatas de pueblos afectados por algún embate de la naturaleza, sistema que de hecho repelía la especulación y el acaparamiento, asuntos muy comunes en las economías modernas. El mundo andino tenía una original forma de organización social que se orientaba hacia la autonomía personal, la misma que consistía en tener capacidad para generar su propio alimento, confeccionar su propio vestido y construir su propia vivienda. Todo esto dentro de un marco corporativo basado en la correspondencia, la solidaridad, la retribución entre congéneres y el profundo respeto y agradecimiento a la naturaleza. La filosofía andina, si bien no quedó escrita, está manifestada en el lenguaje de sus obras. Por ejemplo, a decir de Mario Osorio, “todos los grupos arquitectónicos que hemos heredado, tienen características semejantes entre ellos, más no iguales. Todas las construcciones conservan los mismos principios y su autonomía, ofreciendo en su conjunto la información de haber sido proyectados y edificados por un mismo pensamiento original, un mismo criterio adaptado al lugar, al tiempo y a sus objetivos propuestos”. El hombre andino continúa comunicándose con nosotros a través del lenguaje de la agricultura, las redes viales, la genética, textilería, infraestructura de riego, organización social, medicina, danzas, música y otras disciplinas, que son verdaderas instituciones que se encuentran vigentes y hacen aportes significativos a la ciencia y la investigación.
Baudin agrega: “El análisis de estos acontecimientos aún están confusos; mientras los antiguos cronistas relatan hechos reproducen contradictorios con la más perfecta inconciencia y los escritores modernos los sin comentarios, con la mayor desaprensión”.
Eso, en gran medida es verdad. Los escritores occidentales y peruanos se han ido transcribiendo, a propósito los primeros; y, severamente influenciados, los segundos. Ni los unos ni los otros, han querido penetrar en el hondo de la estructura social y en la profundidad de la filosofía andina. Muy pocos son los estudiosos que han recogido las vivencias del hombre andino de nuestros tiempos en la misma fuente, allí, en sus instituciones seculares. Es bueno tener en cuenta que hasta fines del Siglo pasado la cuestión indígena no representaba un tema de discusión en la colectividad peruana, porque esa sociedad estaba absorbida por el vendaval español que consideraba al indígena de raza inferior. Aún en nuestros tiempos el criterio es similar en algunos sectores del país. Según Martín Paredes Ocampo, la raza indígena para la sociedad peruana estaba al margen de todo porque era considerada “extra social”. Y “no es ningún hallazgo decir que el indio en el Perú siempre ha provocado rechazo, desprecio o indiferencia”.Además, sigue diciendo paredes: “después de la Independencia y aún en el Siglo XIX la noción de patria, de nación, no incorporaba al indio, que constituía entonces las tres cuartas partes de la población.
El decreto de Bolívar de 1824 declaró a los indios propietarios de sus tierras y en l828 José de La Mar les autorizó a vender. En la Constitución de 1920, para no dejar ninguna duda de que los indios eran ajenos a la nación, en un artículo, el 58°, se establece que el estado protegerá a la raza indígena y dictará leyes para su desarrollo. Lo único que hacía falta decir, era que por ley se creará una Sociedad protectora del indio, como años después se creó la Sociedad Protectora de animales. En la Constitución del 33, los constituyentes son más generosos y le conceden al indio un capítulo con 6 artículos, declarando que las comunidades indígenas tienen existencia legal y personería jurídica y en la Constitución de 1979 se repite el mandato resumido en tres artículos. Dichas disposiciones constitucionales ubican al hombre andino, por lógica, fuera de todos los demás derechos y obligaciones ciudadanos. La Constitución no tenía, no tiene por qué hacer esos distingos, máxime que en su primer artículo consagra a “La persona humana como el fin supremo de la sociedad y del estado, salvo que el constituyente del 79 no haya considerado al ciudadano del ande como una persona humana. “Todos somos nosotros”, dice una ley andina. Los derechos y obligaciones consagrados en la Carta Magna pertenecen a todos los peruanos sin distinción de razas, credos o condición social. ¿Por qué, entonces, tanta iniquidad, tanta indiferencia con el “runasimi”?
“El problema del indio, es el problema de la tierra”, sentencia Mariátegui, aceptando que la raza indígena sufría miseria moral y material como consecuencia del régimen económico y social que sobre ella pesaba desde hace siglos”. El pensador sostiene que lo único que sobrevive del Tawantinsuyo es el indio. La civilización ha perecido, afirma. “Hay que reivindicar al indio y devolverle las tierras que el gamonalismo causante de su desgracia, le ha usurpado”, agrega. “La tierra ha sido siempre toda la alegría del indio. El indio ha desposado a la tierra, siente que la vida viene de la tierra y vuelve a la tierra”. Mariátegui veía, sin embargo, un peligro en lo que el llamaba el mesianismo autoctonista, poniendo en la balanza el prejuicio de la inferioridad de la raza indígena que pudiera pasarse al extremo opuesto; “el de que la creación de una nueva cultura americana será esencialmente obra de las fuerzas raciales autóctonas”. “Suscribir esa tesis, es caer, dijo Mariátegui, en el más ingenuo y absurdo misticismo. Al racismo de los que desprecian al indio, porque creen en la absoluta y permanente superioridad de la raza blanca, sería insensato y peligroso oponer el racismo de los que super estiman al indio, con fe mesiánica en su misión como raza en el renacimiento americano”
Al comenzar el nuevo Siglo, prácticamente no hay gamonales y el indio sigue sin tierra, sufriendo esta vez las mismas inclemencias de casi toda la población. La marginación se ha incrementado, el desempleo es el nuevo gobernante de los estómagos peruanos y el caos y la corrupción campean. Tal vez ha llegado el momento de darle paso a la filosofía, la doctrina, el pensamiento y la praxis de los hombres del ande que han dado resultados óptimos en el manejo de la cuestión pública. Para Mariátegui no había términos medios. Él no concibió la posibilidad de que se construyera en el Perú un Modelo de Desarrollo Mestizo, un modelo económico complementario, que haciendo renacer la autonomía del ser en comunidad— base de la estructura social de la cultura andina—se ensamblara con la cultura occidental para formar el Nuevo Perú al que todos aspiramos. Mariátegui nadó en la superficie del lago andino sin hurgar en la profundidad del sistema mismo. La sociedad Andina no ha muerto; tiene remanentes intactos e impenetrables en sus “Ayllus”, hoy llamados comunidades que pueden servir, deben servir a la reconstrucción nacional. Si nos animáramos a cohabitar en un Ayllu actual, si nos decidiéramos a convivir con los runas de hoy –algo que pocos historiadores hacen o han hecho— cosecharíamos a diario los frutos de la multiplicidad de disciplinas que se aplican en la comunidad, de la misma forma que lo hicieron nuestros ancestros. No es posible comprender al hijo del sol, solo, aislado y sometido a mil injusticias sin introducirse antes en la misma entraña de su vida diaria, para conocer de cerca sus instituciones, sus tradiciones, sus usos, sus costumbres, sus carencias, sus angustias, sus tribulaciones y la trascendencia de su filosofía, su doctrina, su pensamiento y su praxis. Basta ver a diario la metodología de vida en comunidad que se practica hoy mismo en el campo y en la ciudad con “el Ayni” y “la Minka”, instituciones que siguen construyendo solidaridad, que continúan edificando hermandad y aplicando la ayuda mutua; son instituciones que no sólo velan por la economía de los pobladores, sino, fundamentalmente, por su bienestar personal y colectivo.
No es aceptable tocar este tema sentado en un escritorio fabricado por la modernidad europea, al mismo estilo del escritor Mario Vargas Llosa, quien en la página 335 de su libro “La Utopía Arcaica” que habla de las “ficciones andinas” y analiza la obra de José María Arguedas, lo trata de “desarraigado” diciendo que en sus novelas construyó un mundo original y que a través de su visión –estática— del indio, inventó un indio de hace cinco siglos y de esa forma construyó una utopía arcaica. Vargas Llosa afirma: “Es evidente que lo ocurrido en el Perú de los últimos años, ha infringido una herida de muerte a la utopía arcaica. Sea positivo o negativo el juicio que merezca la informalización de la sociedad peruana, lo innegable es que aquella sociedad andina tradicional, comunitaria, mágico religiosa, quechuahablante, conservadora de valores, colectivista y de costumbres atávicas, ya no existe”. Termina diciendo: “los indios y el quechua han desaparecido”. Así de simple, para Vargas Llosa, la cultura andina y el idioma del hombre, el runasimi, han muerto. Es evidente que Vargas Llosa se irá a la eternidad ciego, sordo y solo. Su ceguera no le permitirá ver el inmenso horizonte que se abre en el infinito universal del pensamiento andino; su sordera no le dejará escuchar el mensaje de reciprocidad y solidaridad que habitará por siempre en el infinito y que servirá de alimento para que la humanidad subsista; Jamás podrá escuchar, ni entender el lenguaje vibrante, decidor, alegre y edificante que contiene la palabra dicha por un runasimi que suena vibrante, bella y triunfadora; y, en su indeseada soledad, talvez se pase los minutos repitiendo el verso del poeta: “Qué solos se quedan los muertos” o el otro verso que también le atañe: “No son muertos los que yacen al pie de la tumba fría; muertos son los que tienen el alma muerta y viven todavía”. Vargas Llosa se quedará solo cuando el mundo científico, que recién empieza a escarbar la historia oculta del Perú, le de noticias comprobadas de que el Tawantinsuyo no es una utopía ni ha muerto. Sobre el particular, Rodrigo Montoya Rojas, en su ensayo “Todas las sangres. Ideal para el futuro del Perú” se pregunta: “¿Leyó Vargas Llosa todo lo que debía haber leído para tratar con madurez el tema del futuro político del mundo andino en el Perú?” Y se responde: “Sería ingenuo suponer que no debiéramos exigirle un dominio de toda la bibliografía andina, si se toma en cuenta que él es sólo un novelista. Escogió libremente entrar en un mundo que no es suyo y para el cual no tiene calificación suficiente. No basta ser un reconocido escritor ni un ensayista inteligente para atreverse a afirmar que los indios y la cultura quechua ya no existen”
Tuvo, pues, muchísima razón, el doctor Luis E. Valcárcel en dedicar esas jornadas de lucha a favor del indio, a través de sus distintos escritos que resultaron muy polémicos y que ahora mismo sirven de consulta en los más altos niveles de la intelectualidad mundial, tarea que abrazó sin abandonar su amor por la educación, ocupando la cátedra de Historia del Perú en la Universidad de San Marcos y haciendo un periodismo combativo y vital. En 1977, en reconocimiento a su fructífera labor se le concedió el Premio Nacional de Cultura en el Área de Ciencias Humanas; y, en 1982, fue propuesto por una serie de instituciones nacionales e internacionales como candidato al Premio Nóbel de la Paz. Valcárcel escribió algo más de 25 libros y dejó una huella muy profunda que nosotros, los cusqueños de hoy, debiéramos y quisiéramos seguir. Gracias ayer, gracias hoy y gracias mañana doctor Valcárcel.
Homenaje al Dr. ALFREDO YEPEZ MIRANDA
Distinguida concurrencia:
En representación del Presidente del Instituto doctor Víctor Guevara Pezo, me permito dar inicio a este acto solemne de homenaje al Ilustre cusqueño doctor Alfredo Yépez Miranda, en el marco de un programa de reminiscencias efectuadas en el seno institucional a los fundadores del Instituto Americano de Arte, con el propósito de mantener viva la gratitud, el reconocimiento y la admiración que el pueblo debe tributar permanentemente a estos hombres de valía.
Deseo expresar mi profundo agradecimiento a los distinguidos familiares del Insigne Maestro, a quienes, esta noche, hemos tributado un cariñoso aplauso, por su presencia personal y su amplísima colaboración para el éxito de esta ceremonia.
Este homenaje estará nutrido de citas y recuerdos de la Egregia Figura a la que hoy rendimos deferencia. El doctor Carlos Luna, Secretario del Instituto, tendrá a su cargo la semblanza del homenajeado y el doctor Percy Murillo Garaycochea, profundizará en su fructífera vida y trascendente obra. También tendremos oportunidad de acercarnos al ser humano, con las vivencias y los recuerdos entrañables que harán del Maestro sus descendientes más directos, con quienes compartiremos esta velada.
Por eso, en esta breve introducción, yo quiero acentuar, a guisa de testimonio, el acendrado cusqueñismo del doctor Yépez Miranda, traducido en el profundo amor que tenía por su tierra natal.
Cuánta razón tuvo Manuel Jesús Aparicio cuando dijo que “Alfredo Yépez Miranda no sólo era cusqueño de nacimiento, sino cusqueño de profesión”. Esto puede verse en su vida y en su obra. El cusqueñismo, para Yépez Miranda, era una concepción, una filosofía de vida, un programa permanente de unificación y una partida de nacimiento para sentir la Patria por dentro y por fuera. El maestro siempre repetía: “ser cusqueño es un honor, un motivo de satisfacción y una enorme responsabilidad”. Por eso, su pensamiento, su vida, su obra estuvo consagrada al Cusco –ese Cusco entendido como el centro del Universo Andino; ese Cusco forjado en la geografía americana a lo largo y ancho de la Historia, con sus formas superiores de civilización inspirada y manifestada a través de la Ley de la Hermandad. Ese Cusco, corazón de una cultura de participación comunitaria para construir bienestar con justicia y equidad; ese Cusco diestro en el arte de gobernar para que sus hijos alcanzaran autonomía personal, familiar y comunitaria. Ese Cusco, centro de sabiduría y enseñanza, donde el hombre llegó a la expresión estética en una sociedad donde se amaba y respetaba a la naturaleza. Ese Cusco donde se generaba el equilibrio y la vida social compartida.
Yépez Miranda fue un estudioso del lenguaje de la cerámica, de los tejidos, el dibujo geométrico de gran simetría, la arquitectura, la orfebrería, la agricultura y el amor al trabajo. Fue un Maestro que vivió ocupado en ayudar a poner en valor las tradiciones, los usos y costumbres de los Hijos del Sol, manifestando y dando testimonio de esa fuerza humana histórica que está vigente y sirve de ejemplo para la construcción del nuevo Perú. Un Perú al que se le adivinan mejores destinos gracias al Mestizaje que el Maestro alentó, que ayudó a fortalecer, del que se sentía orgulloso y en el que sembró sus mayores esperanzas. Sí señores, Yépez Miranda amó al Cusco y sementó cusqueñismo; lo hizo poniendo el pecho, enfilando la pluma, haciendo hervir el verbo cuando era necesario polemizar, enseñando en la cátedra universitaria, pero sobre todo, haciendo una vida austera, recatada, proba y ejemplar. Cómo no seguir sus pasos, cómo no cosechar lo que el sembrador entregó con tanta fe. Cómo no sentirse orgulloso de ser cusqueño. Gracias.
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